@AMpuntonet
Luís Fernando Otálora


¿Qué haría usted con un par de ollas viejas, unas monedas sin valor, una cadena de bicicleta oxidada y algunos pernos?. Seguramente muchos de los lectores los “botarían a la basura por inservibles”, sin embargo, para muchos artistas, dichos objetos se constituyen en la materia prima de su trabajo.

La escultura en chatarra es manejada con materiales pobres, conjunto de trozos de metal de desecho como hierro, cobre, bronce y aluminio, estos materiales son trabajados por artistas que salen de las típicas casillas de lo conceptual, sus obras son anárquicas, efímeras y antiestéticas.

En Bogotá contamos con esculturas elaboradas en chatarra, la muestra “Homenaje a Gandhi”  ubicada en la calle 100 con carrera 7 costado suroriental, prueba que en Colombia también se puede practicar un arte diferente con materiales reciclables.

Feliza Bursztyn, escultora bogotana (1933 – París 1982), comenzó figurar como constructora de chatarras en 1961 e inauguró en Colombia el arte con materiales pobres  y su real interés por el movimiento de la escultura, la llevo a convertirse en una de las más reconocidas artistas colombianas.

Al principio sus trabajos eran tímidos y casi elementales: conglomerados de ruedas, aros, tuercas, pequeñas láminas, deficientemente soldados en torno de un eje vertical, poco a poco se volvieron complejos, ricos y adquirieron la rara cualidad de transformar el carácter original de los materiales acumulados, así fueran éstos tarros, zunchos, alambres, tuercas o tornillos.

Bursztyn abrió un campo desconocido para la escultura colombiana cuando trabajo por primera vez en las chatarras: lo mismo pasó con Las Histéricas, años más tarde, y algo muy semejante pasa con Las Camas.

La escultora colombiana anduvo por los talleres de latonería y pintura, a las covachas donde los recicladores desmantelaban carros y máquinas, y con esos restos compuso extrañas flores metálicas, o los astros en espiral como el del edificio del SENA en Bogotá.

Había estudiado con Zadkine en París, y con el soplete y la máscara parecía rehacer el mundo, con su loca inventiva y con su talento impar. AI final compuso unas camas que se contorsionaban espasmódicas por obra de la electricidad y ante ellas un público perplejo no supo si reír o protestar. Parodia del amor o estremecimiento agónico, también Feliza, como Débora, iba más allá de lo previsible. Abría nuevos espacios para vivir y sonreír.


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