@AMpuntonet
Hace 20 años la muerte de sus padres y la traición amorosa de su esposo hicieron que Zulma Martín Bonilla le prometiera a la Virgen ser su ayudante y cantadora voluntaria por el resto de su vida.

A cambio de su promesa, la mujer, de 67 años, le pidió ayuda para sacar adelante a sus hijos.
"Ahora, que ya son profesionales, lo que más me satisface es estar en la iglesia de la Virgen de Guadalupe", confiesa 'Mamá' Zulma, como la llaman los niños y jóvenes con los que sube a cantar todos los fines de semana al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. 

Por eso, los sábados y domingos se despierta a las 3 de la mañana, prepara dos termos llenos de chocolate y alista el pan, ese que compra la noche anterior en la panadería del barrio Quiroga, donde vive desde hace 60 años.

"Yo llevo el desayunito para los niños que me acompañan. Dos señores siempre les regalan pan y, los peregrinos, galletas", dice doña Zulma, quien hoy estará en la peregrinación al alto de la Cruz y mañana, en la Eucaristía para conmemorar la Resurrección del Señor, en el cerro tutelar.
No sólo canta gratis: también ayuda a los feligreses a recaudar el dinero para la construcción del nuevo santuario. 

"Por eso vendo almanaques y recibo la colaboración de los creyentes. Espero ver muy pronto el comienzo de la remodelación y mantenimiento del nuevo santuario en forma cónica y totalmente de vidrio", anhela.

Después de cantar en las tres misas de los domingos, Zulma y los niños esperan el colectivo que los lleva de regreso a casa, a las 3 p.m. Durante el recorrido duerme para reponer un poco las horas que se trasnocha por coser las batas y trajes que los pequeños usan para cantar.

"Yo compro tela por kilos en promoción, hago las capitas y me la paso cosiendo hasta la madrugada. Todo para disimular los rotitos de la ropa de los muchachos", cuenta 'Mamá' Zulma, la mujer que sorprende a los que la escuchan cantar, pues según ella: "la mayoría de los feligreses creen que la melodía proviene de una mujer joven". 

En cada canto demuestra el gusto por la música, ese que llegó cuando apenas era una niña.
Pero su labor no es sólo de fin de semana. De lunes a viernes se despierta a las 5 a.m., organiza la casa, les da de comer a dos perros 'criollos' y a un par de palomas -una de ellas tiene medio pico y la otra, las alas lastimadas-.

Después, camina hasta la iglesia de San Ignacio de Loyola, a tres cuadras de su casa.
Allí, arregla al Señor de los Milagros, una imagen de cerámica que su hijo le donó a la iglesia. Al mediodía regresa a casa, toma algunas guitarras que tiene en un cuarto y las vende en la puerta de la casa.

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