@AMpuntonet

Yessica Alejandra Segura


“Un pueblo sin banda es un pueblo sin alma”. Palabras que se escuchan como eco desde el momento que se toca suelo panelero en Villeta Cundinamarca, en donde anualmente se le da un lugar en lo más alto a la cultura con el Festival Musical Departamental.


Noventa minutos separan a Bogotá de un paraíso que destila historia, esa que hace 34 años se sembró y de a poco ha tomado un sentido de pertenencia a los ojos de los que han sido testigos de la evolución que ha tenido el festival de bandas que se realiza cada 22 y 23 de agosto en la ciudad dulce, con un clima cálido igual o más que sus habitantes.


Este certamen, es el escenario ideal para alimentar los ojos y deleitar los oídos, con obras de maestros como Victoriano Valencia y Adolfo Mejía, dignos abanderados de un folclor que ha ido perdiendo su rumbo pero que desde sus inicios, los pobladores han trabajado de la mano para que las bandas sigan conservando ese aire de aquellas antiguas bandas papayeras que amenizan los jolgorios populares.


Colombia por excelencia es un país bandístico y Cundinamarca es la prueba fehaciente a esa realidad ya que en actualidad existen en la región 81 bandas las cuales 22 fueron seleccionadas previamente para participar en este festival que cuenta con categorías especiales, mayores, juveniles, infantiles y fiesteras. En esta ocasión se escogerán 10 para que representen al departamento en los nacionales que se darán cita en Paipa, Anapoima, Samaniego y San Pedro Valle.


Admirable es la palabra que se le puede otorgar al nivel que ha tomado este tipo de encuentros, sin importar clase o raza, las personas se unen en una sola causa y contemplan con atención y silencio la intervención de los concursantes. Saben en qué momento intervenir, en que instante aplaudir y en qué situación hablar.


Interesante aún el respeto que se les brinda a los maestros en tarima, con sus batutas, guían a sus pupilos a lo más alto de la redención musical, los lleva de la mano con una corchéa, una blanca, una negra, una clave de Fa o de Sol, ese que los ilumina desde el cielo con el sonido de un clarinete, un redoblante o un bombardino, tomando el camino que la partitura les brinda y dejando en el ambiente lo que el compositor de la obro quiere expresar.


Termina la interpretación por parte del maestro y sus pupilos, la multitud enardecida estalla de júbilo con llanto de unos y sonrisas de otros ¿Será entonces eso cultura? por medio de una representación musical se llega a los hilos más sensibles de los seres humanos, esos que están opacados por la violencia pero que por medio de estás expresiones se busca una identidad que en ocasiones parece perdida.

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